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Encuentros con Ropa Sucia


Somos seres sociales. Necesitamos de la relación con el otro para crecer, aprender y disfrutar de este juego llamado vida. No obstante, momentos de descanso y soledad son necesarios tanto para integrar experiencias como para escuchar y atender a nuestros deseos y necesidades más profundas, sin distracciones. Y también para poder relacionarnos con el otro desde nuestro verdadero "yo", desde nuestra esencia.


Vivimos en una sociedad donde el movimiento ha cobrado un papel protagonista, casi forzándonos a pasar de un día a otro sin pasar por la cama y disfrutar de la noche y su mundo onírico; como quien pasa rápido página en la agenda sin prestar atención a los espacios en blanco. Para poder vivir en armonía con uno mismo y con los demás es importante atender diariamente a estos momentos con uno mismo, yo lo llamo "rutina del auto-amor". Del mismo modo que tomamos un tiempo para la higiene diaria, deberíamos emplear un tiempo meditativo con nosotros mismos para así poder escuchar cuál es el siguiente movimiento que queremos hacer, hacia qué dirección debemos caminar. Lo mismo ocurre con los encuentros con otras personas. A veces vamos del trabajo a una cita con amigos, de ahí a casa con la familia o compañeros, etc. sin ni siquiera haber desconectado de la situación o persona anterior, ya que entre esos intervalos estamos mirando facebook en el móvil o "aprovechando" para contestar mensajes, realizar llamadas pendientes o cualquier otra cosa para matar el tiempo muerto. Y mientras tanto, no nos damos cuenta de que por más agradables que sean o parezcan esos momentos, lo que está ocurriendo es que te estás cargando de más y más información y energía que poco tienen que ver contigo. O en otras palabras, cuando llegas a tu siguiente encuentro, en lugar de presentarte recién duchado y con la ropa limpia que tú elegiste vestir, llevas puestas muchas capas de ropa sucia y desenparejada. Valga puntualizar que no me refiero a que las conexiones que estableces con otros sean tóxicas y sucias, pero sí que están influenciando en tu carácter y sentir de ese momento. Es decir, que muchas veces nos reunimos con alguien con quién teníamos muchas ganas de compartir y esa vivencia acaba viéndose afectada por matices muy sutiles que en realidad serían muy fáciles de evitar si tuviésemos estas pequeñas grandes cosas en cuenta.


Si vivimos la vida como una ceremonia y atendemos a cada encuentro de forma ritualística, podemos abrirnos a la magia que esa situación tiene para ofrecernos, viviéndola de forma gozosa y creativa. Y por ritual no me refiero a ponernos plumas en la cabeza y hacer cantos cada vez que tenemos que ver a alguien, sino sencillamente a poner la atención en desconectar de las influencias del entorno y estar en presencia y autenticidad con el otro, desde la apertura y honradez. Desde ese lugar se puede vivir con gratitud, ya que todas las distintas facetas que cada experiencia pueda aportarte, desde la diversión al aprendizaje, acaban valorándose por aquello que fueron; no por lo que dejaron de ser o podrían haber sido. Con el necesario descanso tras la actividad, se puede digerir el sabor único de la experiencia.

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